¿QUÉ LE SUCEDIÓ AL URBANISMO?
Rem Koolhaas (S, M, L, XL 1995 The Monacelli Press)Traducción libre con fines docentes:
Lisandro Silva Arriola
Este siglo ha sido una batalla pérdida respecto de los efectos de la cantidad.
A pesar de su temprana promesa, su frecuente valentía, el urbanismo ha sido incapaz de inventar e implementar soluciones a la escala que demanda el apocalíptico crecimiento demográfico actual. En 20 años, Lagos ha crecido de 2 a 7 a 12 a 15 millones, Estambul ha doblado de 6 a 12 millones de personas. China se prepara incluso, para más y asombrosas multiplicaciones.
¿Cómo explicar la paradoja de que el urbanismo, como profesión, ha desaparecido justo en el momento en que la urbanización en todas partes -tras décadas de constante aceleración- está en camino de establecer un definitivo "triunfo" global de la condición urbana?
La promesa alquimista del modernismo -de transformar cantidad en calidad a través de la abstracción y la repetición- ha sido un fracaso, un engaño: magia que nunca funcionó. Sus ideas, estética, y estrategias están acabadas. En conjunto, todos los intentos de crear un nuevo principio sólo lograron desacreditar la idea de un nuevo principio. Como resultado de este fiasco, una vergüenza colectiva, ha dejado un inmenso cráter en nuestro entendimiento de modernidad y modernización.
Lo que hace de esta experiencia desconcertante y (para los arquitectos) humillante es la desafiante persistencia y aparente vigor de la ciudad, a pesar del fracaso colectivo de todas las agencias que actúan en ella o tratan de influenciarla -creativa, logística, políticamente.
Los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez que pierden frente a computadoras. Un piloto automático perverso constantemente burla todos los intentos de capturar la ciudad, agota toda ambición de definirla, ridiculiza las más apasionadas afirmaciones sobre su fracaso presente y la imposibilidad de su futuro, la dirige implacablemente cada vez más lejos en su vuelo. Cada desastre predicho es de alguna manera absorbido bajo la infinita manta de lo urbano.
Dado que la apoteosis de la urbanización es manifiestamente obvia y matemáticamente inevitable, una cadena de acciones y posiciones escapistas y de retaguardia, posterga el momento final de sacar cuentas para las dos profesiones tradicionalmente más implicadas en hacer ciudades: la arquitectura y el urbanismo. La penetrante urbanización ha modificado la condición urbana misma hasta dejarla irreconocible. "La" ciudad ya no existe más. Mientras el concepto de ciudad se distorsiona y estira sin precedentes, toda insistencia sobre su condición esencial -en términos de imágenes, reglamentos, fabricación- irremediablemente lleva a través de la nostalgia, hacia la irrelevancia.
Para los urbanistas, el redescubrimiento tardío de las virtudes de la ciudad clásica justo en el momento de su definitiva imposibilidad puede haber sido el punto sin retorno, momento fatal de la desconexión, descalificación. Son ahora especialistas en dolores fantasmas: doctores discutiendo las complejas condiciones médicas de un miembro amputado.
Es difícil de lograr la transición de una anterior posición de poder a una reducida estación de relativa humildad. La insatisfacción con la ciudad contemporánea no ha llevado al desarrollo a una alternativa creíble; por el contrario, sólo ha inspirado las más refinadas maneras de articular insatisfacciones. Una profesión persiste en sus fantasías, su ideología, sus pretensiones, sus ilusiones de participación y control, y por eso mismo es incapaz de concebir nuevas modestias, intervenciones parciales, nuevos alineamientos estratégicos, posturas comprometidas que puedan influenciar, redirigir, tener éxito en términos limitados, reagrupar, incluso empezar desde cero, pero nunca restablecer el control.
Dado que la generación de mayo del 68 -la más grande hasta hoy, atrapada en el "narcisismo colectivo de una burbuja demográfica"- está finalmente en el poder, es tentador pensar que ella es responsable de la caída del urbanismo -el estado de cosas en el que las ciudades ya no pueden ser construidas- paradójicamente porque esa generación redescubrió y reinventó la ciudad.
Sous la pavé, la plage (bajo el pavimento, la playa): inicialmente, mayo del 68 lanzó la idea de un nuevo comienzo para la ciudad. Desde entonces, hemos estado ocupados en dos operaciones paralelas: documentar nuestro abrumador pavor por la ciudad existente, desarrollando filosofías, proyectos, prototipos para una ciudad preservada y reconstruida, y al mismo tiempo, riéndonos del campo profesional del urbanismo fuera de existencia, desmantelándolo en nuestro desprecio por aquellos que planificaron (y cometieron enormes errores en planificación) aeropuertos, Ciudades Nuevas, ciudades satélites, carreteras, rascacielos, infraestructuras y todo el resto de trazas de la modernización. Después de sabotear el urbanismo, lo hemos ridiculizado al punto en el que departamentos universitarios enteros han cerrado, han quebrado oficinas, han sido despedidas o privatizadas burocracias enteras. Nuestra "sofisticación" esconde mayores síntomas de cobardía centrada en la simple cuestión de tomar posiciones -tal vez la acción más básica para hacer ciudad. Somos simultáneamente dogmáticos y evasivos. Nuestra sabiduría amalgamada puede ser fácilmente caricaturizada: Según Derrida no podemos ser Completos, según Baudrillard no podemos ser Reales, según Virilio no podemos estar Allí.
"Exiliado al mundo virtual": trama para una película de terror. Nuestra actual relación con la "crisis" de la ciudad es profundamente ambigua: aún culpamos a otros por una situación de la que son responsables, tanto nuestro incurable utopianismo, como nuestro desprecio. A través de nuestra relación hipócrita con el poder -despectiva, pero codiciosa- hemos desmantelado una disciplina entera, desconectándonos de lo operacional, y condenado poblaciones enteras a la imposibilidad de cifrar civilizaciones en su territorio -el tema del urbanismo.
Ahora nos estamos quedando con un mundo sin urbanismo, sólo arquitectura, siempre más arquitectura. Lo atractivo de la arquitectura es su seducción; ella define, excluye, limita, separa del "resto" -pero también consume. Ella explota y agota los potenciales que pueden ser generados finalmente sólo por el urbanismo, y que sólo la imaginación específica del urbanismo puede inventar y renovar.
La muerte del urbanismo -nuestro refugio en la seguridad parásita de la arquitectura- crea un inmanente desastre: se injerta cada vez más y más sustancia, en raíces que mueren de hambre.
En nuestros momentos más permisivos, nos hemos rendido ante la estética del caos -"nuestro" caos. Pero en el sentido técnico, caos es lo que sucede cuando nada sucede, no es algo que pueda ser sistematizado o apropiado; es algo que se infiltra; no se puede fabricar. La única relación legítima que los arquitectos pueden tener con el tema del caos es tomar su merecido lugar en el ejército de aquellos empeñados en resistírsele, y fallar.
Si es que va a existir un "nuevo urbanismo" no se basará en las fantasías gemelas del orden y la omnipotencia; será el establecimiento de la incertidumbre; no tendrá más que ver con el ordenamiento de objetos más o menos permanentes, pero sí con la irrigación de los territorios con potencial; no aspirará más a configuraciones estables sino que a la creación de campos de posibilidades que permitan acomodar procesos que se rehúsen a ser cristalizados en una forma definitiva; no será más sobre definición meticulosa, imposición de límites, pero sí sobre nociones de expansión, negación de fronteras, no se orientará a separar e identificar entidades, sino sobre descubrir híbridos innombrables; ya no estará obsesionado con la ciudad sino con la manipulación de la infraestructura para intensificaciones y diversificaciones sin fin, atajos y redistribuciones -la reinvención del espacio psicológico. Desde que lo urbano es ahora penetrante, el urbanismo no será nunca más sobre lo "nuevo", sólo sobre lo "aumentado" y lo "modificado". No será sobre lo civilizado, mas sí sobre lo subdesarrollado. Desde que está fuera de control, lo urbano está a punto de convertirse en un gran vector de la imaginación. Redefinido, el urbanismo no será sólo, o principalmente una profesión, sino que una forma de pensar, una ideología: aceptar lo que existe. Estábamos construyendo castillos de arena. Ahora nadamos en el mar que se los llevó lejos.
Para sobrevivir, el urbanismo tendrá que imaginar una nueva novedad. Liberado de sus atávicos deberes, el urbanismo redefinido como una forma de operar sobre lo inevitable enfrentará a la arquitectura, invadirá sus trincheras, la sacará de sus bastiones, debilitará sus certidumbres, explosionará sus límites, ridiculizará sus preocupaciones por la materia y la substancia, destruirá sus tradiciones, esfumará a sus practicantes.
El aparente fracaso de lo urbano ofrece una excepcional oportunidad, un pretexto para la frivolidad Nietzscheana. Debemos imaginar otros 1001 conceptos de ciudad, debemos tomar riesgos demenciales, debemos atrevernos a ser totalmente acríticos, debemos tragar saliva y conceder perdones a la derecha y a la izquierda. La certeza del fracaso debe ser nuestro gas hilarante; la modernización nuestra más potente droga. Desde que ya no somos responsables, debemos volvernos irresponsables. En un panorama de creciente conveniencia e inestabilidad, el urbanismo no es ni tiene que ser la más solemne de nuestras decisiones; el urbanismo se puede aligerar, convertirse en una Ciencia Gay -Urbanismo light.
¿Y qué si simplemente declaramos que no hay crisis -redefinimos nuestra relación con la ciudad no como sus hacedores, sino como simples sujetos, como quienes la sostienen?
Más que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos.
Lisandro Silva Arriola
comentarios ojosquemiranlaciudad@gmail.com
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